-Dámela-ordeno.
-¡No hagas esto!-exclamó desesperado Fernando, era difícil explicar la situación en la que se encontraba, las cosas se habían salido de sus manos, ahí estaba él, viendo la cara de su abuelo, horrorizada por los hechos que acababa de presenciar, Hace solo unas horas, era el hijo prodigio y perfecto, orgullo de toda la familia, para todo ser arruinado por Eduardo y su maldita caja.
Dos horas antes Fernando llego a la reunión, tarde, le había tocado tomar el bus desde las afueras de la ciudad, sudaba, se sentía adolorido y tenía miedo, pero solo para sus adentros, se mantenía firme y con convicción, “no pasara nada” se repetía, ojala y fuera cierto, saludo a su madre Francis, a su padre Federico y sus hermanos Felipe, Francisco y Fabiola, la menor, ahí era el momento que se repetía el usual chiste de la familia “F”, tantas veces lo había escuchado y no perdía vigencia. Socializar se le daba bien, una habilidad que había cultivado desde pequeño, lo ayudaba a sobrevivir, a mantenerse a flote. Caminando por su casa de la niñez, vio a su abuelo al fondo pensativo mirando al horizonte, el primero de la manada “F”, Franco, siempre fue un hombre tranquilo y en su vejez su condición se había potenciado, era del tipo de personas que sabía exactamente que decir en cada momento, lo saludo y le dio un fuerte abrazo, se disponía a despedirse, quería que él fuera el primero y ahí fue cuando sonó, ese golpe seco, todos se paralizaron y entro él, estaba furico, tenía los ojos rojos, y una caja bajo su hombro, una caja de zapatos.
-¡Fernando!-grito Eduardo, tomo a su hermana menor por la cabeza y la estrello al suelo.
Tres horas antes conducía por una carretera desolada, a 200km/h, huía, no había parado toda la noche de conducir, no era momento para reuniones familiares, habían muchas cosas en juego y en que pensar para ver al clan “F”, pero hacia tanto tiempo que no los veía, que se vio tentado, era una combinación de extrañar y apreciar la vida, que cada segundo se le acortaba, no había tiempo para arrepentirse, ya había tomado su decisión, tenía la certeza que no lo seguirían tan lejos, haría una rápida parada donde su familia, se despediría y seguiría su camino, piso el acelerador con más fuerza, mientras más rápido llegara, mas rápido podría irse y dejarlos a salvo, cuando un árbol apareció al frente y no había forma de esquivar.
Cinco horas antes, la duda lo invadía, antes de ver a Eduardo, meditaba entre una opción u otra, y cada segundo intercambiaba su respuesta, el dinero, los viajes y todo lo que quisiera estaría a su disposición, Eduardo lo llamo desde su oficina, y ahí no dudo, casi como un reflejo tomo el contenido de la caja y lo guardo en su chaqueta, entro, pretendiendo que nada sucedía, y le dio la caja a Eduardo, tuvo una conversación somera con él y salió del cuarto, corrió al auto, y se monto, y toco su chaqueta, ¿Cómo podía ser tan estúpido? Pensaba al golpear el auto y arrancar, escucho detrás de él su nombre gritado con furia mientras se perdía en el horizonte y botaba la réplica por la ventana del carro.
Esa mañana despertó, había dormido muy mal, las pesadillas atormentaban la decisión que tomaría ese día, se levanto por el lado izquierdo de la cama, camino con el peso del mundo en sus hombros al baño y vio que no había crema dental, sabía que este sería un mal día.
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