-Sonríe-dijo en un susurro a su oído tembloroso.
Van tres semanas y la voluntad de ambos tambalea, en esta lucha desbalanceada, donde Jorge trataba de quebrar a Sara y ella solo busca formas de resistir un segundo más. En silencio traga sus penas, mientras sus lágrimas son lo único que mantiene su rostro limpio, su estómago ruge ante la idea de un bocado que no sea pan y agua, la luz fastidia sus ojos y a la vez la atemoriza, porque sabe que esta es una clara señal de que Jorge bajara pausadamente como cada día hace, la obligara a comer y comenzara a hablarle.
-¡SONRIE!-grito Jorge pateando su asiento.
Sara cayó sobre su propios desechos, escupió con asco, rápidamente Jorge la levanto.
-Disculpa, disculpa, dis-culpa no-o era mi intención-decía nervioso, mientras la limpiaba con su propia franela sucia, ella solo lo miraba con odio, un odio que le daba una razón para vivir, para volver con sus hijos, para salvarlos-Ya, ya está, sonríe por favor-solicito, pero ella solo lo observaba, penetraba su alma con esos ojos hinchados y rojos que se escondían detrás de una pollina sucia.
63 días habían pasado o… ¿eran 64? Es difícil llevar el paso del tiempo sin ver la luz del sol, y Sara tenía muy claro eso, la solicitud diaria era la misma, una sonrisa, a la cual se negaba rotundamente, no quería darle la satisfacción, no después de todo lo que había hecho, no esta vez, se sentía miserable y asquerosa, pero no eran la suciedad que la rodeaba lo que más le perturbaban, eran las caricias de ese hombre que una vez amo, y que se había transformado en este monstruo que la torturaba, “¿Cómo habían llegado a esto?” Se preguntaba cada día y todos los días notaba más señales que la debían haber alarmado desde el inicio, sus cambios de temperamento, que no tuviera amigos, los muy peculiares hábitos alimenticios y sexuales, encontraba pistas donde no existían, aunque ya era demasiado tarde para que importara.
Los días eran insoportable, Sara buscaba otra salida pero estaba demasiado asustada y era demasiado débil para combatirle, en el día 102 Jorge confiaba de nuevo en ella, tanto que la había soltado de su silla, podía caminar por el sótano y Sara se lo agradecía, es un hombre muy generoso después de todo, “sigo viva gracias a él” se reafirmaba, y la verdad es que él podía haber acabo con ella hace mucho tiempo, “es un gesto gentil de parte de él”, “lo hace porque me ama”. Su mundo se reducía a esas cuatro paredes húmedas y al bombillo titilante sobre su cabeza, los días eran largos y tortuosos, su cuerpo huesudo ya no aguantaba estar de pie, ya no importaba nada y recibía con aprecio las migajas de comida que Jorge le daba, el cual cada día bajaba con una cara más amargada, hacia su solicitud de rutina, “sonríe” ya sin mucho interés, y subía desesperado al no recibir respuesta, a veces pasaban dos o tres días sin bajar y Sara lo extrañaba, ya veía la luz de la puerta con esperanza, ahora se alegraba de su llegada.
-Sonríe- repitió Jorge como cada día.
Sara lo miro a los ojos nuevamente, ya no era odio lo que mostraban eran aceptación, caía en cuenta que su tiempo de relajación había terminado, que no aguantaba más, que debía volver, sonrió sin fuerza mostrando sus dientes amarillos y sucios, las lágrimas caían.
-Al fin, 102 días, ¿puedes creerlo? me sorprendes-dijo Jorge que cambio de expresión inmediatamente-Esta vez pensé realmente que me ganarías. Vamos, los niños han preguntado por ti, el pequeño Samuel dijo “mamá” hace dos semanas ¿puedes creerlo? Su primera palabra fue mamá y no estuviste ahí para presenciarlo-decía Jorge mientras la ayudaba a parar, se dio cuenta que estaba muy débil y la cargo en sus brazos mientras subía las escaleras-Que sea la última vez Sara-ella escuchaba llorando y reía, sonreía sin parar, no quería pasar de nuevo por eso, esta vez su sonrisa debía ser eterna, aquella que lo hace feliz, regresaba a su verdadera tortura, su sonrisa no era real al igual que toda su vida, y nunca lo seria.
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